jueves, 19 de mayo de 2016

«Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte» (Sal 17,2-3). «El Señor es mi fuerza y escudo; en Él confía mi corazón. El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido» (27,7-8


Si grande ha de ser en el cristiano la fortaleza espiritual para vencer la debilidad de su propia carne y las persecuciones del mundo, aún más ha de serlo para vencer las tentaciones directas del Demonio. No olvidemos en esto que, como dice San Pablo, «no es nuestra lucha [únicamente] contra la sangre y la carne, sino contra los espíritus malignos» (Ef 6,12)

Por todo esto los cristianos, para sí mismos y para sus hermanos, han de pedir continuamente la fortaleza del Espíritu Santo, como lo hacían los apóstoles:

«No dejamos de rogar por vosotros y de pedir» al Señor, para que estéis «fortalecidos con toda fortaleza conforme a su poder esplendoroso, y así tengáis perfecta constancia y paciencia con alegría» (Col 1,9.11). «Fortalecéos en el Señor y en la fuerza de su poder. Vestíos de toda la armadura de Dios» (+Ef 6,10-18). «Estad, pues, alerta y vigilantes, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar. Resistidle fuertes en la fe, considerando que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos dispersos por el mundo» (1Pe 5,8-9).

Si la fuerza del cristiano no está en sí mismo, sino en el Señor, mayor será su fuerza espiritual cuanto, encontrándose más débil en sí mismo, más se apoye puramente en la fortaleza de Dios. Por eso Jesús le dice al Apóstol: «te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder». Y el Apóstol confiesa:

« yo me glorío de todo corazón en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Yo me complazco en mis debilidades, en oprobios y privaciones, en persecuciones y en angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (+2Cor 12,7-10). «Yo todo lo puedo en Aquél que me conforta»(Flp 4,13).

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